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EN EL MAR AUSTRÁL

iguál. Hombres, mujeres, viejos y niños, se embadurnan de grasa, — que luego se descompone rodeándolos de una atmósfera infecta que se huele á una milla, — comen de una manera brutal y se duermen allí no más, sobre el cuerpo de la ballena, al lado de los buracos que le abren con sus cuchillos de hueso, pués, para no perder tiempo, hacen el fuego sobre el mismo cadñaver muchas veces.

— Y son súcios, ¿eh?... — exclamó Calamar.... — ¡Qué cosa bárbara!

— ¿Súcios?... ¡Inmundos!... Como no se lavan jamás, se les forma sobre el pellejo, que es como cuero de vaca, una costra impermeable que los resguarda del frío. Las indias son más limpias. Siendo ellas las que se ocupan de la canoa y las que corren con el trabajo de fondearla, de echarla á tierra ó de ,botarla, continuamente andan en el agua y se hacen muy nadadoras. Los indios, por el contrario, casi no saben nadar y por eso lás canoas atracan á la costa para los desembarques y cuando no las pueden echar á tierra ó temen las rompientes, las mujeres tienen que llevarlas léjos de la orilla, fondearlas con unas piedras enormes que les sirven de ánclas enredándose en los cachiyuyos sinó dán fondo y luego ganar la costa á nado. Si estos indios fueran muchos, no se podría andar aquí en los canales chilenos sin estar alerta: como son bravos, pasaría con ellos en el agua lo que con los Onas en tierra, allá en el lado del Atlántico.... y son enamorados como diablos...

— Calamar, ¿te acuerdas de aquel alacaluf que en el primer viaje que hicimos juntos á estos parajes se llevó el capitán de la «Sán Sebastián», el portuguéz aquél, tu paisano, que después de haber pirateado en la Oceanía y robado negros en la costa de Guinea, se fué á Jerusalén ó que sé yo, á hacerse fraile?

— ¡Ah!... ¡sí!... el negrero Jacobo. Es verdad: él se llevó