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EN EL MAR AUSTRÁL

grejo, secado, es un barómetro seguro: cuando está el tiempo malo, se pone rojo, casi cárdeno. y á medida que el tiempo se asienta, el color pierde su intensidad, hasta quedar en un rosa-pálido, muy bonito.

Y tomando el bichero lo sumergió y pronto extrajo la centolla, que ignorante del fin que la esperaba, estiraba y recogía sus enormes patas, las cuales, según pude comprobarlo más tarde, eran un bocado delicioso.

— ¿Vés esas algas?... Agarra una hoja cualquiera y tira: tienen á veces un largo increíble y no se cortan sin gran esfuerzo. Yo he visto, como á dós días de las Lucayas arriba de las Antillas, las puntas de estas algas sobre el agua y puedo asegurarte que la sonda no tocaba fondo y que era larga: algunos dicen que tienen hasta un kilómetro. Aqui, no son tán grandes por cierto, pero lo son más que la hoja de cualquier planta de tierra. ¡Y mira si vienen de lejos! ¡Comienzan en el Golfo de Méjico y se extienden por todo el Océano con rumbo á la América del Súr y á las tierras polares!

Oscar se detuvo derrepente en su operación de arrancar lapas y mejillones de las piedras de la costa — que estaban como empedradas — y exclamó mirando á lo lejos, hácia el fondo del puerto:

— ¡Mira las avutardas cómo andan allá en las piedras!.... También hay patos-vapores en la orilla.... No: á esos si que no los debemos dejar ir; vamos á acercarnos costeando. ¡Los pichones de avutarda y esos patos, en la parrilla, son de chuparse los dedos!

Y por la playa nos dirigimos hácia el punto señalado, teniendo la felicidad de tomar una jóven avutarda — linda áve de color negro, muy cubierta de pluma y de gran vuelo — y dos patos-vapores.

Estos son peculiares de la región y deben su nombre al