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CRÓQUIS FUEGUINOS

— ¡Pero es raro! ... Estos indios que estuvieron hoy me parecian muy altos, cuando les vi sentados y luego, de pié, me parecieron bajos.

— Claro, —dijo Calamar:— hacen solo ejercicio con los brazos y el tronco, por lo cuál el busto se desarrolla bién. En cambio no les sucede lo mismo con las piernas que poco usan, estando siempre sentados en cuclillas.

— ¿Y entre los que vinieron había mujeres?

— No había más que dós hombres: uno era ese que tiró el cuero y que estaba vestido con una jacquette color pasa, sin faldones y que en véz de pantalón tenia una pollerita de muchacha. El otro, era aquél que estaba envuelto en un pedazo de frazada — resto de algún cambalache como el que hicieron con nosotros.

— ¿Y cómo conocen ustedes las mujeres, así, sin dato ninguno y viéndolas vestidas de hombre?

— Pero es muy fácil... Vea; tienen en primer lugar el pelo más largo que los hombres y más embarullado, porqué nunca se peinan y después... ¡el talle, mi amigo!... ¡Parece que no tuviera ojos!

Y no pude menos que admirar la buena vista del portuguéz, que llegaba hasta ver talle en una fueguina remadora, cubierta con una chapona de marinero.

— ¿Y sabe cómo se cortan el pelo?... ¡Lo más cómada!... Agarran una costilla de ballena, la calientan y luego la pasean sobre el craneo, sin tocar el cuero, a la altura que desean dejar el cabello. Para este tienen un solo corte: se hacen un cerquillo como los frailes y las cerdas les caen en flequillo sobre la frente, dándoles un aire ingénuo.

— Lo más particular que tienen estos indios, —agregó Smith,— es su conocimiento exacto del bueno ó mál tiempo. Yo no sé como hacen, pero miran el cielo que está claro,