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CRÓQUIS FUEGUINOS

— Nada no,— replicó Calamar.— El viento ha sido de los buenos. Claro; no es como uno que nos aguantamos en Slóggett con La Viruela y Julián el Roto, hace dós años, pero ha sido bravo! ¡Verdad también que Slóggett no es este canuto infame!

— ¿Entónces fué cuando resucitó el vasco Guillermo?

— Si. ¡Qué cosa tremenda fué! Nosotros, por precaución, pués el mar estaba como hirviendo desde temprano, dejamos la playa y nos fuimos arriba del acantilado, á una casilla que habiamos armado en sociedad: eramos once. Estaba de gefe del campamento Ratón Gonzalez, aquél cuyano que el año pasado fue fusilado por los muchachos de Puerto Españól, en Bahía Aguirre, por un robo que les hizo. Era un bandido.

— ¡Oh! ¡Oh! — repuso Smith,— yá no tenía cabida en ninguna parte: no respetaba nada ni á nádie. A mí me contó el suceso, su compañero Dón Perico. Dice que los dós vivian juntos y trabajaban á médias un pozo que sé les agotó; una noche Ratón Gonzalez volvió tarde y cuando vino traía como un kilo de oro y le dijo, mostrándoselo: «Vea compadre, mañana dejamos á estos roñosos y nos largamos por la costa.» No había concluido de hablar cuando llegaron cinco mineros y les rodearon abocándoles las carabinas. ¡Claro! .... Les prendieron y les quitaron el oro, que era

robado. Decía Dón Perico que era una cosa barbara! Esa noche les juzgaron y al otro día al amanecer, Ratón Gonzalez fué fusilado en la punta del arenál, en aquellas piedras coloradas que hay hácia la derecha de la barranca. Dón Perico fué desterrado del campamento y sólo, con su winchester y veinte tiros, tuvo que hacer la, travesía hasta Slóggett: el viejo me dijo que en su vida había sufrido más; los piés se le habían desollado y sinó hubiera sido por unos indios pescadores se muere de hambre!