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EN EL MAR AUSTRÁL

pico donde veíamos sobre el gris uniforme de las rocas pizarreñas, el zig-zaag blanquisco de las vetas cuarzosas, yá las hendiduras azuladas, formadas por el embate continuo contra la áspera muralla de granito rojo, yá los picos atrevidos del interior, amontonados en confusión caótica y que parecían bregar desesperados por mirar al mar, empinándose los unos sobre los otros:

— Esa es la isla King y esos otros islotes que se vén más léjos, Fitz Roy. Vea qué capricho el del ilustre marino que trabajó más en estos mares, ¿eh?... Dió el nombre de su segundo y el suyo, á los peñascos más insignificantes...! Dicen que fué en recuerdo del naufragio de un bote en que andaban haciendo sondajes y que se les estrelló; el hecho es que lo bautizó así y que son los únicos recuerdos que hay en la región, de tan insignes navegantes... Ese capitán era un tipo originál: se mató en Inglaterra á consecuencia de haberse equivocado por una hora en la predicción de un ciclón... Haber bordeado tanto la vida, como él, para venir á embicar de ese modo, ¿eh?

Poco á poco seguimos avanzando y derrepente al trasponer unos islotes y roquerí as, el aspecto de la naturaleza cambió por completo. A los cerros cubiertos de vegetación, á los glaciéres imponentes que bajan hácia el mar como ríos de hielo, á los montes que se presentan vestidos perpetuamente con su manto de nieve, sucedieron las rocas negruscas, áridas, como calcinadas, en que el viento del sudoeste no permite ni á los musgos desarrollar su vida sóbria y misteriosa.

Aquello es la verdadera imágen de la desolación y á la verdad que los viajeros que han conocido la región fueguina por esa muestra, han tenido razón para describir con colores sombrios la parte súr del continente.

No es posible imaginar nada más desierto ni nada más