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— Y los indios. ¿cómo viven?... ¡No ha de ser tan desolada la costa!

— ¿Los indios? ¡No hay ni uno!... Aquí, cuando más podrás encontrar algún náufrago ó algún desgraciado abandonado entre las piedras: nada más. Te dará una idea aproximada de este desierto, pensar que en él no hay ni arañas. Yo anduve una véz trés días con un compañero y no encontramos ninguna clase de bichos: hasta los mariscos parecen huir de las playas, porque són escasos... Saca uno los montones de algas ó recoge las que ha tirado el mar y que, como están secas es la única leña que se halla y entre ellas no se encuentran ni siquiera caracoles.

— Sepa,—interrumpió Smith— que el mar aquí, no tiene desde Polinesia, ni un islote que lo ataje. Se viene sobre esta boca de Brecknock ó sobre la del Estrecho, que está más arriba, sin hallar un sólo obstáculo que aminore su empuje. En ninguna parte del mundo hay un oleaje más bárbaro... ni en el Mar Argentino que es el que baña esa costa de Slóggett donde vamos á bajar, si el cútter no se nos estrella por aquí ... Salvado este maldito paso, lo demás es como marchar con viento en popa.

Trés días estuvimos luchando con el viento y con las ólas para aproximarnos á algún punto de la costa que nos permitiera atravesar el canál frente al océano inmenso; todo fué inútil.

El sudoeste estaba como conchavado, según la expresión de Calamar, que conocía aquellos vericuetos mejor quizás que los del cútter que montaba.

Bordeando, aquí para refugiarnos detrás de un islote de contornos garapiñados, semejante á un chicharrón, dejándonos ir de bolina más allá, para tomar una caleta resguardada ó corriendo un largo para alcanzar á alguna ensenada sombría, como excavada en la loca viva— conseguimos, al fin, guarecernos detrás de una punta atrevida que