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EN EL MAR AUSTRÁL

que otro roto desalmado, de esos que andan por ahí vendiendo ó cambalachando guachacay: por casualidad se juntaba con europeos, gustándole más andar sólo.

— Eso fué, —dijo Calamar,— desde que se le murió su amigo Dón Nicolás, un francés que habia sido su sócio. Antes no era así Yo le conocí cuando fué á Santa Crúz; entonces acababa de fundirse en Punta Arenas, donde habia ido de Buenos Aires á poner un almacén. Los porteños casi le apedrearon por unos artículos que publicó en un diario inglés en 1877 y se vió forzado á emigrar al súr, viniéndose á Magallanes. Cuando se fundió, ganó el desierto y llevó una vida tremenda que los viejos de allí, que escaparon con vida de aquél célebre motin de presos — Punta Arenas era presidio entonces— y los de Santa Crúz, recuerdan todavía: los indios le tenían miedo... ¡Cómo sería el nene! Ganó alguna platita y se asoció con Dón Nicolás, teniéndome de peón á mí. Anduvimos mucho en esas tierras y hasta acompañamos en sus expediciones al teníente Del Castillo y al Capitán Moyano, argentinos, en 1881 ó 1882.

— ¿Y Dón Nicolás quién era? —dije yo, pués me divertían extraordinariamente estos relatos.

— ¡Qué sé yo!... Era un francés y le llamaban así no sé porqué. Entre él y Greenwood, se recorrieron toda la Patagonia avestruceando y guanaqueando. Eran peores que los indios. Se iban adentro, allá por la cordillera y agarraban baguales, los amansaban y se armaban de tropillas que les servían para cazar. Esos baguales son chiquitos, pero resistentes y malos como diablos; con ellos no podían nada, sin emhargo. Son animales raros, esos: tienen el anca muy baja y redonda y són muy altos de crúz, probablemente por causa del esfuerzo que hacen para trepar las cerrilladas, pués allí el campo parece una mar alborotada, que se hubiera petrificado.