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EN EL SIGLO XXX

—¡Como si yo no tuviera marido, hijos... y parientes! y Virginia, padres, hermanos... y amigos! Los niños creo que están mejor en la escuela. Para lo demás sobra el tiempo. ¿Acaso yo no me divierto? Pero no pienso en lloriqueos ni en cuidados. ¡Vamos! Tú siempre la misma Parelia, antigua, fuera de moda... En fin, bien sabes lo que te haces. ¡No calculas lo que es la vejez! Sin embargo, la tuya no es vida, sino una esclavitud disimulada, en medio de cariños y de cuidados. La mujer de hoy, necesita completa libertad, como aire puro los pulmones. De lo contrario ¿de qué serviría el matrimonio? ¿Qué mujer se querría casar? ¿Para vivir como en los tiempos primitivos? Confiesa Parelia que no estás en el buen terreno.

—Será, Ventura, como tú dices. No es mi intento rebatirte; pero, ciertas cosas, no todos las comprenden ó las conciben por igual manera ¿Por qué? Por que siguen la corriente de un siglo enfermizo, minado de histerixmo, que más tarde nos llevará al abismo. Esos carecen de un ideal para la humanidad, no tienden una mirada hacia el lejano porvenir, viven para gozar, enervándose física y moralmente en los clubs ó casas de juego, en los salones ó centros de decadencia humana, con su forma actual.

—¿Humanidad, acabas de decir? Pues, bien,—añadió VenturA,—por ella venimos á molestarte. Te perdonamos tu arranque científico, porque nos has quitado la palabra de los labios. ¡Si eres la criatura más encantadora! Mira, temíamos el introito, y tu misma nod lo has dado. ¡Humanidad! ¿Quieres tú una cosa mejor que la humanidad? ¿socorrer al enfermo, dar de comer al hambriento,