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EN EL SIGLO XXX.

—Pero,—continuó Parelia,— sin que figure mi nombre en la lista de los contribuyentes.

—¡Qué modestia meritoria!—exclamó Virginia.

—Es un rasgo digno de que aparezca en «El Vonvo de la Tarde»,—afirmó Ventura.

—¡Por favor no hagáis cumplidos!...

—¿Cumplidos, nosotras... y contigo? ¡ Qué disparate!

—Nada de eso, señora. Rendimos culto á la verdad. Nada más.

—¡Y á la humanidad!—-exclamó Ventura.

—¿Con qué me suscribo?—les preguntó Parelia riendo interiormente de aquel sainete y contenta de quedar libre de las dos damas, firmando anónimamente.

—De la manera y con la cantidad que gustes. Firma, pues.

En un descuido de la joven, la Presidenta y la Secretaria-Tesorera se hicieron un guiño de inteligencia. Toda la perfidia y la mofa, la maldad y el escarnio, pareció ir envuelto en aquel guiño, contenido muchas veces ante las penetrantes y previsoras miradas de Parelia, que hasta adivinaba sus pensamientos internos. Sin embargo, el pequeño Adamiro que no las quitaba sus ojitos, como si las damas fueran dos cosas extrañas, se apercibió del guiño. Entonces, le preguntó á su mamá, por qué aquellas dos señoras cerraban un ojo, torcían los labios y suspiraban cuando ella no las veía? Parelia que comprendió inmediatamente por el sonrojo de las damas, lo que pasaba, besó á su hijo y le ordenó que guardara silencio. Después pidiólas permiso, se levantó, trajo una pluma automática, firmó,y entregó cerrado el libro oloroso á Ventura. Sin embargo, ésta lo abrió y leyó.