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EMILIO ZOLA.

se ha podido extrañar de la simple teoría, el yo, la personalización de cada escritor, con todo el cortejo de sus pasiones individuales.

Ejemplo de esta afirmación es suministrado por el recuerdo de las luchas que han engendrado las diversas modificaciones que ha sufrido el sentimiento religioso en todos los países; y no entran como pequeños factores en esa demostración los disturbios ocasionados por los bruscos cambios de sistemas políticos. Pero conviene más á mi objeto recordar especialmente, las animadas controversias seguidas á causa de la tradición literaria que rompió últimamente en Francia la escuela romántica, con Victor Hugo á la cabeza.

Las formas que hasta entonces habían servido para modelar el pensamiento de los poetas griegos, así como del gran Corneille, eran estrechas para la fiebre que se apoderó de los entusiastas corazones que recibieron elementos de vida, en un aire cargado aún con los perfumes embriagadores y deslumbrantes de la santa Revolución Francesa.

Las variadas emociones de la vida de la libertad, daban acceso á un mundo nuevo; las sublimes escenas de la revolución, latentes aún en el recuerdo de todos sus hijos, carecían de historia que las conservara á la admiración y enseñanza de la posteridad, y de poetas que las cantaran; faltaba el acento del juez, y el himno que las perpetuara á través de las edades.

La gloria conquistada enorgullecía á todas las almas. El espíritu gigante de Napoleón Bonaparte deslumbraba todavía. Aquellos hombres y aquellas mujeres de la Revolución, aparecían en la brillante lontananza en que