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ENEIDA.


CXI.

Al hijo estrecha el Rey, su mano asida,
Y «¡Oh! hiciérame volver favor celeste
A los pasados años de mi vida,
Cuando eché á tierra lo primera hueste»—
Dice en larga llorosa despedida—
«Aquí mismo, en el valle de Preneste,
Y los escudos de las rotas filas
Quemé triunfante en levantadas pilas!

CXII.

»Á Herilo allí, descomunal guerrero,
Tumbó esta diestra al Tártaro profundo:
De su madre Feronia (¡caso fiero!)
Tres formas recibió viniendo al mundo:
Rey de alma triple y desdoblado acero,
Muerto un tronco, quedábale el segundo
Y otro despues. Mas á los golpes mios
Rindió sus armas y agotó sus bríos.

CXIII.

»Fuese así, no á mis brazos te arrancaras,
Buen hijo; ni insultando la frontera
Con mengua mia, tantas vidas caras
Mezencio criminal segado hubiera;—
¡Desolada ciudad, no así lloraras!...
Vosotros, ¡oh! de superior esfera
¡Dioses! ¡gran Jove, reinador supremo!
A vuestro númen recurrir no temo.