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VIRGILIO.


CXX.

El sitio al Dios de campos y ganados
Le dedicaron, y un solemne dia.
No léjos de estas selvas sus soldados
Tarcon apercibidos guarecía;
Y podíase ya de los collados
Altivos, contemplar en lejanía
La legion que en los llanos acampaba,
Y dónde empieza, ver, y dónde acaba.

CXXI.

Al bosque ameno acuden, que recrea
La fatiga á caballo y caballero.
Vénus que á la sazon, radiante Dea,
En voladora nube el dón guerrero
Traia al paladin, no bien le otea
Cabe el frio raudal, solo y señero
En un repuesto valle, ante él parece,
Y la hadada armadura así le ofrece:

CXXII.

«Cata, hijo, aquí las armas inmortales
Que sola de mi esposo el arte traza:
Las prometidas armas con las cuales
Arrostrarás de Turno la amenaza
Y el soberbio furor de sus parciales!»
Dice, y al hijo Citerea abraza,
Y de una encina al pié, que estaba enfrente,
Deposita el arnes resplandeciente.