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VIRGILIO.


XVIII.

«Sé propicio á mi ruego y mi querella,
Ya que el cetro me debes con la vida:
Tuve yo una floresta que descuella
Entre pinares, coronando el Ida;
Muchas ofrendas recibí yo en ella,
Largos años por mí favorecida:
Huecos sagrarios, con la sombra oscuros
De pinos resinosos y arces duros.

XIX.

»Yo he cedido estos árboles de grado
Al dardanio mancebo, de bajeles
Menesteroso. Hoy roedor cuidado
Me aflige: tú le ahuyenta; tú á Cibéles—
Filial premio á sus preces reservado—
Da que sus tablas nunca hundan crueles
Viento ni mar, señuelos ni embestidas;
¡Válgales en mis montes ser nacidas!»

XX.

«¿Qué pretendes,» responde, «madre mía!»
El que mueve los cercos siderales:
«¿Á naves, obra de un mortal, cabria
El fuero de las cosas inmortales?
¿Andar seguro por incierta via
El troyano adalid? ¿Caprichos tales
Habian de alterar leyes del Hado?
¿Tal poder á cuál Dios jamás fué dado?