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VIRGILIO.


XXIV.

Y una voz resonó tremenda y clara
Que á Rútulos envuelve y á Troyanos:
«¡Teucros! á defender mi flota cara
Alados no acudais ni armeis las manos;
Cual si los mares á incendiar probara,
Saldrán de Turno los intentos vanos.
¡Huid, diosas del mar! ¡Cada una horra—
Vuestra madre os lo manda—el ponto corra!»

XXV.

Y suéltase cada una en tal momento
Del cable qué la tuvo prisionera;
Y de proa zabullen, y el asiento
Solicitan del piélago, á manera
De nadantes delfines; y ¡oh portento!
¡Oh pasmo! cuantas vido la ribera
De bronce en su recinto ancladas proras,
Tantas vírgenes surgen bullidoras.

XXVI.

Los Rútulos temblaron: del espanto
Mesapo mismo poseer se deja
Que á sus caballos alborota; en tanto
Que, formando sus ondas ronca queja,
No á impelerlas se anima el Tibre santo,
Medroso, y de la mar la planta aleja.
Mas del audace Turno nada alcanza
A abatir la soberbia confianza.