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VIRGILIO.


LXXVIII.

Selva de encinas negras y jarales
Tendíase ancha allí, de agrios abrojos
Ceñida, y de espesísimos breñales:
Rara trillada senda ven los ojos
En medio de sus calles naturales.
Euríalo, á quien pesan sus despojos,
Y los ramos asombran del recinto,
Piérdese en el confuso laberinto.

LXXIX.

Niso huye, huye impróvido, y ya fuera
Va del alcance de enemiga mano,
El campo atras dejando en su carrera
Que por Alba despues nombróse Albano:
(Campo del rey Latino entónces era,
Y en él grandes majadas). ¡Ay! en vano,
Cuando hubo de parar, buscó al ausente.
Amigo, y dijo al fin con voz doliente:

LXXX.

«¡Euríalo infeliz! ¡yo te he dejado!
¿Por dónde, ¡ay triste! he de seguirte ahora?
¿Dónde hallarte?» Y con rumbo retrogrado
Otra vez de la selva engañadora
Intríncase en el seno enmarañado;
Sus propias huellas afligido explora,
Y entre las matas ásperas camina
En que silencio funeral domina.