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ENEIDA.


LXXXVII.

«Tu sangre ha de correr, quienquier que él sea;
Y en tí de entrambos tomaré venganza!»
Así diciendo, el hierro ya menea
Desnudo, y sobre Euríalo se lanza.
Lleno, á par, de terror, Niso vocea;
Fuera, tambien, de sí, Niso se avanza:
Más tiempo oculto estar no lo tolera
El duro trance, ni él callar pudiera.

LXXXVIII.

«¡Acá, acá, revolved! ¡yosoy!» les dice;
«¡Contra mi pecho encaminad la espada!
¡Oh Rútulos! mirad que ese infelice
Nada osó hacer, ni hacer pudiera nada.
Todo yo lo tracé, todo lo hice.
Por los astros lo juro y la morada
Celeste. Fué su culpa, demasiado
A un sin ventura amigo haber amado.»

LXXXIX.

Miéntras en vano así Niso clamaba,
Ya la amenazadora punta llega,
Y al costado de Euríalo se clava
Y el tierno pecho le destroza ciega.
Cae el triste, y la vida se le acaba:
Roja sangre sus blancos miembros riega,
Y, doblándose lánguida, reposa
Sobre los hombros la cerviz hermosa.