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ENEIDA.


LIV.

Y á la celeste bóveda serena
Vuelto, «¡Oh del Ida alma Deidad!» exclama;
«Madre que honras el Díndimo, y almena
Triunfal te ciñes, y al leon que brama
Trajiste á la coyunda que le enfrena!
Vén, vén propicia al pueblo que te llama!»
No dijo más. La Noche en tanto huia;
Y ya de lleno resplandece el dia.

LV.

Manda á su gente el adalid que apronte
Los aceros, que á bélicas señales
Preste el sentido, y al peligro afronte
Fuerzas cobrando á la ocasion iguales.
En pié él mismo en la popa, el horizonte
Domina, y á su vista los reales Troyanos tiene.
Con la izquierda luégo
En alto embraza su broquel de fuego.

LVI.

Lo vió el pueblo sitiado, y de los muros
Unánime clamor el aire envía;
Lanzan todas las manos dardos duros,
Creciendo la esperanza en osadía:
Tal grullas de Estrimon nublos oscuros
Cruzan con ruido en la region vacía,
De los Austros huyendo, y libres de ellos
Gritan gozosas con acordes cuellos.