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VIRGILIO.


CLXXI.

No por eso el mancebo se modera;
¡Y cuál sube de punto y se derrama
Del Troyano el furor! Parca severa
A Lauso no perdona: de su trama
Vital recoge ya la hebra postrera.
¡Demente! él mismo el golpe adverso llama:
Vibrando Enéas el brioso acero
Por medio al infeliz lo esconde entero;

CLXXII.

Pasó el hierro la pelta (asaz ligera
Arma á tanta arrogancia) y la loriga
Que de hilos de oro tierna madre hiciera;
Llenóla en sangre; y triste se desliga
El alma, y á otro mundo huye ligera.
Ni pudo Enéas ya como á enemiga
Aquella faz mirar, faz moribunda
Que extraña palidez baña y circunda.

CLXXIII.

Tan bello ejemplo de filial ternura
Movióle á compasion, tiende la diestra
Y dice á Lauso: «¡Ay jóven sin ventura!
¿Ya el pio Enéas qué ha de darte en muestra
De homenaje á virtud tan noble y pura?
Al ménos tu ceniza él no secuestra;
¡Oh! si algo valen fúnebres honores.
Al lado dormirás de tus mayores!