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ENEIDA.


CLXXI.

«Lleva esas armas, tu delicia enántes;
Y este consuelo en tu forzosa muerte,
Que caíste, no á manos infamantes,
Del grande Enéas bajo el brazo fuerte!»
Dijo, y á los parciales vacilantes
De tardos riñe, y alza á Lauso inerte.
¡Mísero Lauso! en sangre mancha aquellos
Que á la usanza aliñó pulcros cabellos.

CLXXV.

Entretanto á la márgen tiberina
Fuerzas cobrando el genitor doliente,
Con la linfa restaña cristalina
De la herida cruel la abierta fuente,
Y de un árbol al tronco el cuerpo inclina.
De un ramo más allá se ve pendiente
El yelmo duro, y el arnes pesado
Ocioso está sobre el tapiz del prado.

CLXXVI.

Flor de mozos guerreros le rodea:
Él anhelante, sin vigor que rija
Sus acciones, el cuello que flaquea
Apoya; y cubre el pecho con prolija
Rizada barba. Oir nuevas desea
De Lauso, en Lauso está su mente fija;
Y mensajeros de su afan cuitado
Envía, que le vuelvan á su lado.