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VIRGILIO.


CLXXVII.

El disparado arpon que rasga el viento
Sintió Arrunte, y á par del estallido,
En sus carnes el hierro entrar violento.
No alcanzó de los suyos sino olvido,
Que en medio de revuelto campamento
Lanzar le dejan el postrer gemido
Sobre el polvo ignorado. Alzando el vuelo
Ópis veloz restituyóse al cielo.

CLXXVIII.

De Camila la banda á triste huida
Se entrega: ya los Rútulos turbados,
Ya Atina, el valeroso, ha vuelto brida.
Sin jefes, sin enseñas los soldados
Al muro corren á buscar guarida,
A escape, por los Teucros acosados,
De muerte perseguidos. No hay quien mueva
Armas en contra ni á esperar se atreva.

CLXXIX.

Aliento, sólo para echar, les queda,
Al hombro el arcó laxo: el suelo duro
Baten los cascos voladores: rueda
Del campo á la ciudad turbion oscuro.
Las matronas la infausta polvareda
Ven, rompiéndose el pecho, desde el muro;
Agudo sube el femenil lamento
Las estrellas á herir del firmamento.