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ENEIDA.


CXXXV.

«Rayos á los alcázares fulmina
Enéas con su ejército, y amaga
Al poder de los Ítalos ruina;
Sobre los techos el incendio vaga.
En tí pone sus ojos la latina
Gente, á tí vuelve su clamor.
Qué haga No sabe el Rey, y en su ánima medita
Cuál yerno adopte, qué alianza admita.

CXXXVI.

»A la Reina, por tí tan decidida,
A caso extremo sus terrores mueven;
¡Ay! ¡por su mano se quitó la vida!
Bajo las puertas á arrostrar se atreven
Sólo Atina y Mesapo la embestida.
De un lado y otro los contrarios llueven.
Tantas puntas esgrime la enemiga
Hueste, que miés ferrada el campo espiga.

CXXXVII.

»¡Y á este tiempo en el más remoto prado
Turno su carro vagaroso guía!»...
Guardó torvo silencio el increpado,
Y en el pecho le hierven á porfia,
Con tantos contratiempos alterado,
Ya del herido amor la frenesía,
Ya el probado valor de su pujanza,
Fuego de pundonor, voz de venganza.