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ENEIDA.


CLIII.

Brillan los trozos en la roja arena.
Él entretanto huye y se retira
A otra parte del campo; le enajena
El terror, y en inciertas vueltas gira:
Denso cordon que su esperanza enfrena
Formar doquiera á los Troyanos mira;
Allá el paso le impide ancho pantano,
Acá el cerco mural limita el llano.

CLIV.

Enéas el alcance no descuida,
Y aunque á tiempos retarda dolorosa
Sus rodillas aún la fresca herida,
Al que temblando va férvido acosa
Pié con pié. Tal hallarse sin salida
Suele un ciervo infeliz; corriente undosa
Acá le ataja, allá le pone miedo
De plumas de color pérfido ruedo;

CLV.

Y así umbrino ventor pieza levanta,
En pos labrando en rápida carrera;
Hace y deshace el triste, á quien espanta
El rojo valladar, la alta ribera,
Círculos mil con voladora planta:
Insta el fiero sabueso; se dijera
Que con los dientes vencedor le toca,
Y áun muerde en vago su burlada boca.