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ENEIDA.
LIV.

»En medio del silencio, á la imprevista,
Reputándolo yo por caso cierto,
Héctor en sueños muéstrase á mi vista,
De polvo vil y amarillez cubierto:
Mustia la faz, que el ánimo contrista,
Mustia y llorosa; y, cual despues de muerto
Y arrastrado por rápidos bridones,
Taladrados los piés de correones.

LV.

»¡Cuán trocado de aquél que á nuestros ojos
Resplandeció tras recias embestidas,
Ó de Aquíles trujese los despojos
O incendiase las naves combatidas!
Yerta barba; cuajados los manojos
Del pelo en sangre; vivas las heridas
Que en torno recibió de la muralla;—
Y aquí en sueños mi voz en llanto estalla:

LVI.

«¡Gran Héctor, que de gloria y de consuelo
»Astro por siempre á los Troyanos fuiste!
»¿De cuál remoto y olvidado suelo
»Tornas al fin á nuestra playa triste?
»¿Y tras fatiga tanta, estrago, duelo,
»Hoy de nuevo tu brazo nos asiste?
»¿Mas por qué herido así? Tu faz serena
»¿Por qué se cubre de sangrienta arena?»