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ENEIDA.
LXXVIII.

»Cuáles en tanto, de peligro ajenos,
Merced de presta fuga, en la ribera
Se acogen á las naves: cuáles llenos
De vil temor, del monstruo de madera
En los profundos conocidos senos
Trepan á guarecerse. Mas ¿qué espera
El mortal infeliz, ó en qué confía,
Si al brazo de los Dioses desafía?

LXXIX.

»Hé aquí entre ásperas puntas, falleciente,
Casandra, hija de Príamo, iba envuelta:
Del sagrario de Pálas por furente
Ciego invasor arrebatada: suelta
La cabellera; al cielo vanamente
Con vivísimo ardor los ojos vuelta ...
¡Los ojos, ay, que las hermosas manos
Con cadena oprimieron los villanos!

LXXX.

»No tal sufrió Corebo arrebatado,
Y entre el tumulto, de morir sediento,
Precipitóse: en escuadron cerrado
Seguimos los demas su movimiento.
Mas, ¡ay dolor! los nuestros del terrado
Del templo, observan en fatal momento
Nuestro arreo y crestones, y en su engaño
Presto nos hacen lastimoso daño.