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ENEIDA.
LXXXIV.

»Ni tu piedad ni el apolíneo velo
Te hurtaron, Panto, á la enemiga hueste;
Y el justo, el santo del troyano suelo,
Rifeo, cae, sin que amparo preste
A su virtud (¡misterio grande!) el Cielo.
Conmigo Ífito y Pélias quedan: éste
Mal herido de Ulíses, tardo el paso;
Esotro por la edad de fuerza escaso.

LXXXV.

»Con ellos en forzosa retirada
Abandoné la desigual porfía.
¡Oh pira extrema de mi Patria amada,
Sacras cenizas de la gente mia!
Testigos sed que en la infeliz jornada
Tanto arrostré cuanto arrostrar debia,
Y, á consentirlo el fallo de la suerte,
Ganara por mi mano honrosa muerte.

LXXXVI.

»Torcemos al estruendo sin tardanza
Al palacio del Rey, do tan horrenda
Refriega hallamos, cual si aquella estanza
Fuese el único campo á la contienda;
¡Tal era el brío y la marcial pujanza!
¡Así en masa á los Griegos estupenda
Precipitarse vemos, y la entrada
Asediar bajo densa empavesada!