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VIRGILIO.
CXLVII.

»De los templos tornados en pavesas
Custodian el espléndido tesoro,
Vestes sacerdotales, sacras mesas,
Macizos vasos de luciente oro.
Víanse en torno de las ricas presas
Niños sumidos en confuso lloro,
Mustias las madres que el dolor embarga,
Cautiva muchedumbre en rueda larga.

CXLVIII.

»Allí sin fruto y por doquier demando
El bien perdido: una vez y otra al viento
Su nombre doy, los ámbitos llenando
Con la cascada voz de mi lamento.
Así por las sombrías calles ando
En su busca con ciego desatiento,
Cuando al paso atraviésase y me nombra,
Pálido, alto fantasma;—era su sombra.

CXLIX.

»Tiémblame el corazon, se me eneriza
El cabello, la sangre se me hiela:
Mas ella hablando así me tranquiliza
Y futuros destinos me revela:
«¿Por qué tu corazon se martiriza,
»Ó á dó tu loca fantasía vuela?
»Templa el furor: no temerario oses
»Al imperio oponerte de los Dioses.