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ENEIDA.
XXIV.

»Entrambos por las Cíclades ligeros
Y el mar corremos de islas esparcido,
Y emúlanse, al pasar, mis compañeros
Con clamores y náutico ruido;
«¡A Creta! á Creta!» gritan vocingleros;
«¡A nuestra patria, á nuestro antiguo nido!»
E hiriéndonos en popa aura serena,
Al fin tocamos la anhelada arena.

XXV.

»Fundé una villa, mi dorado sueño,
Que Pérgamo llamé: del nombre ufanos
A los colonos miro, y los empeño
A alzar el muro y á arraigarse hermanos.
Yace en la enjuta orilla el hueco leño:
Yo dicto comun ley, reparto llanos;
Y á cultivar se entregan los mancebos
Nuevos lazos de amor y campos nuevos.

XXVI.

»Hé aquí, el aire infestando de repente,
El contagio cruel sacude el ala;
Infausto nuncio de estacion doliente,
Los arboredos y sembrados tala:
La vida va arrastrando falleciente
Quien ya el aliento último no exhala:
El Can ardiente estrago sordo hace;
Marchito el lustre de los campos yace.