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XVIII

talentos ilustraron el siglo de Augusto. Virgilio fué el pontífice y el heraldo de su época, el luminoso arco iris agorero de la paz por que anhelaba el mundo romano, atónito con el fragor de la caída del Egipto y del poderío oriental. En su famosa égloga IV parece que hubiera vislumbrado más allá del Imperio, el comienzo de la era de la idea, de la redención del esclavo, de la igualdad ó confraternidad de los hombres, ante un Dios paternal y único, en nada parecido á los dioses materiales adorados antes de él. Amigo de las labores del campo, resumía en sí, por su observación propia, el conocimiento de todos los fenómenos de la Naturaleza que hasta entonces había podido adivinar la ciencia. Era un coloso intelectual con quien sólo puede compararse en los tiempos modernos su discípulo Dante Alighieri. Inteligencias de esta naturaleza no puede mirarlas hito á hito sino el verdadero talento amamantado con predilección al seno de las musas.

A más del sabio y del inspirado hay que considerar en el cisne de Mantua al hombre de propósitos elevados, de corazón bondadoso, de hondísimos sentimientos, brotados á raudales en ondas sonoras y benéficas, en las cuales se espejea la luz de una imaginación casta como la de los astros. Así, pues, Virgilio requiere ser sentido y comprendido á la vez por sus intérpretes, porque su oro se compone de la liga de la razón con la sensibilidad, de la invención poética con el saber lentamente adquirido. Por esta razón alguna vez