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VIRGILIO.
LXXVIII.

Ella súbito aquí la voz detiene,
Y huye la luz odiosa con gemido;
El, que á oponer razones se previene,
Queda atónito, absorto, atontecido.
Y hé aquí un grupo de esclavas la sostiene
En brazos; y la llevan sin sentido
Al tálamo, de mármoles labrado,
Y la reclinan sobre el regio estrado.

LXXIX.

Cierto que con palabras de dulzura
El religioso príncipe quisiera
Mitigar de la triste la amargura
Y el dolor suavizar que la exaspera.
Gime él de corazon su desventura,
Que amor le oprime con angustia fiera;
Todo, empero, lo vence, y determina
Recto cumplir la voluntad divina.

LXXX.

Ya á revistar su armada acude al puerto,
Y ya las altas popas de la orilla
Los Troyanos alanzan de concierto;
Flota liviana la embreada quilla.
Remos y tablas da, de hoja cubierto,
Tronco informe, áun no bien la hacha le humilla;
Y en este afan por coronar la empresa,
Salen de la ciudad todos de priesa.