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ENEIDA.
LXXXI.

Tal las hormigas próvidas saquean
Riquezas que en sus antros acumulan;
Y, en la hierba cruzándose, negrean,
Y en senda angosta, por do van, pululan:
Unas á empuje granos acarrean,
Otras, á la que tarda ora estimulan,
Corrigen ora á la que pierde el tino;
Con tanta agitacion hierve el camino.

LXXXII.

¡Tu pobre corazon qué sentiria!
¡Cuán grande hubo de ser, Dido, tu pena,
Cuando hirviente la playa en lejanía
Atalayabas desde la alta almena!
¡Qué, al sentir la confusa vocería
Con que al mar asordaba la faena!...
Tú ¿á qué un alma no obligas, amor ciego?
Por ti ella al lloro vuelve, y vuelve al ruego.

LXXXIII.

Con interpuestas súplicas ensaya
Ir á amansar rebeldes sentimientos;
Que morir no es prudente sin que haya
Esforzado los últimos intentos:
«¡Ay, Ana! ¿ves bullir toda la playa?
Míralos: corren, vuelan; ya contentos
Las popas adornaron de coronas;
Ya convidan al céfiro sus lonas.