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ENEIDA.
XV.

Y luégo el ara de purpúreas rosas
Esparce en torno con su propia mano;
Y «¡Salve, oh padre!» clama, «y vos, preciosas
Cenizas á mi amor vueltas en vano!
¡Salve, oh ánima y sombra milagrosas!
¡No te dió, oh padre, el Cielo soberano
Llegar á Italia y cabe el Tibre amigo
La anunciada heredad gozar conmigo!»

XVI.

Tersa, en esta sazon, salir se mira
Del fondo sepulcral sierpe que ondea
Y en siete roscas de alongada espira
Con manso halago el túmulo rodea:
Cerúleas manchas, al compas que gira,
Desvuelve, con que el lomo se hermosea,
Y semejan las puntas de la escama
Aureos destellos y matiz de llama.

XVII.

Tal, mirándola el sol, Íris destella
Y de luz entre nublos se matiza.
Visto el héroe la sierpe, el labio sella
Absorto; mas recelos tranquiliza,
Que inocente entre pulcras tazas ella,
Gustando los manjares, se desliza,
Y en doméstico giro placentero
Torna á ocultarse do salió primero.