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ENEIDA.
XXIV.

»Y él, él me persuadió que reverente
Llegase, y suplicante, á tus umbrales:
¡Oh! del padre y del hijo juntamente
Te apiaden los trabajos inmortales;
Que tú eres, vírgen santa, omnipotente,
Y de los negros bosques infernales
La pavorosa Hécate no en vano
El cetro aterrador puso en tu mano.

XXV.

»La prenda de su amor el tracio Orfeo,
Luégo que hondo el Erebo la devora,
A salvar acertó, felice empleo
Haciendo de su cítara sonora:
Pólux, merced de enérgico deseo,
Librar logró al hermano á quien adora,
Y partiendo con él su sér divino
Pasa y repasa el lóbrego camino.

XXVI.

»Callaré de Teseo; del tremendo
Alcídes callo y su potente maza:
¡Yo, yo tambien de Júpiter desciendo!»
Pronuncia el héroe, y al altar se abraza.
Otra vez la adivina respondiendo,
«Troyano hijo de Anquíses, de la raza
De los supernos Dioses procedente,
Oyeme,» dice, «y grábalo en tu mente: