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ENEIDA.
XLII.

Como en bosques que invierno heló, enverdece
El visco, y con la prole de que abunda,
No hija del árbol á que asido crece,
El tronco protector blondo circunda;
Tal la ráfaga de oro resplandece;
Tal, herida del aura vagabunda,
Treme y cruje la lámina divina
En medio allá de la copuda encina.

XLIII.

Del ramo inerte el Rey ase impaciente
Y vuela á la mansion de la adivina.
Sigue entretanto la llorosa gente
Tristes honras haciendo en la marina
A la insensible víctima presente:
De maderas copiosas en resina,
Y duros troncos de que rajas llevan,
Ingente pira desde luégo elevan.

XLIV.

Y de mustias guirnaldas guarnecida
Y de rectos cipreses custodiada,
De adorno sobrepónenle en seguida
El limpio arnes y la desnuda espada.
En calderas de bronce recogida
Llegan agua á la lumbre aderezada,
Y ántes de que las llamas lo consuman,
El cuerpo helado lavan y perfuman.