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VIRGILIO.
XLV.

Unos, en medio del comun gemido,
Le extienden sobre el fúnebre tablado,
De su lujosa púrpura ceñido;
Otros (¡penoso ministerio!) á un lado
Vuelto el rostro, por rito establecido,
Pegan la antorcha al féretro enlutado:
Viandas, incienso, aceite rebosante,
Todo el fuego lo envuelve en un instante.

XLVI.

Cuando en pavesas descansó la llama,
Corineo balsámica ambrosía
En las reliquias cálidas derrama,
Y á una urna de metal los huesos fia:
De noble olivo consagrada rama
Blandiendo leve, á los demas rocía
Con lustral aspersion que hace tres veces;
Llora, y pronuncia las finales preces.

XLVII.

El Rey, de gratitud y piedad lleno,
Manda erigir soberbia sepultura;
Y, «Al túmulo fijar,» les dice, «ordeno
Su clarin y su remo y su armadura.»
Se hizo al pié de un peñon, que de Miseno
Recibió el nombre que inmortal le dura.
Enéas á cumplir vuela, tras eso,
El sagrado mandato en su alma impreso.