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ENEIDA.
XLVIII.

Hay en aquel confin una honda sima,
Vasta caverna de escabrosa roca:
Negro bosque, que en torno se arracima,
Guarda, y medroso lago, la gran boca.
No impune el ave que revuele encima
El torpe aire con sus alas toca
Que en columna de fétidos vapores
Sale á infestar los cercos superiores.

XLIX.

Trajo allí el Rey de la troyana gente
Cuatro negros novillos, á quien riega
Con vino la Sibila la alta frente;
Entre las astas elegido siega
Vellon cerdoso, que á la llama ardiente,
Dón primerizo y breve pasto, entrega;
Y á Hécate á grandes voces llama, Diosa
En Cielo y en Averno poderosa.

L.

Quién apresta al degüello la cuchilla;
Quién vasos llena en sangre que chorrea:
Enéas mismo con su espada humilla
Lúcia cordera cuya piel negrea,
Porque la Noche, de furial cuadrilla
Madre, y su hermana al par, fácil le sea;
Inmolando despues estéril vaca,
Tu númen, Proserpina, honra y aplaca.