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VIRGILIO.
LXXXVII.

En esto empiezan el comun vagido
De almas de niños á sentir; las cuales,
Léjos, muy léjos del süave nido,
Sollozan de ese mundo en los umbrales:
De tierna infancia en el verdor florido
Negra un hora á los brazos maternales
Arrebatólos, y á la luz del Cielo,
¡Ay! para hundirlos en acerbo duelo.

LXXXVIII.

Están despues los que, torciendo el fuero,
Testimonio falaz llevó á la muerte;
Mas no á sus puestos van sin que primero
Tornen sentencia á dar Justicia y Suerte:
Mínos preside el tribunal severo;
La urna aleatoria agita; indaga, advierte,
Convoca al vulgo que delante calla;
Pesa los cargos, y las causas falla.

LXXXIX.

Arrepentidos yacen, en seguida,
Los que movidos de tedioso enfado
Quitarse osaron sin razon la vida.
Hoy, por volver al mundo, ¡con qué agrado
Trabajos y pobreza aborrecida
Subieran á sufrir! Lo veda el hado;
Cierra el Estigio el paso á sus suspiros
Con nueve vallas en oblicuos giros.