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VIRGILIO.
XCIII.

«¡Infeliz Dido! ¿Conque no mentia
En nuevas que me trajo funerales
La fama? ¿Tú empuñaste daga impía?
¿Yo causa hube de ser de tantos males?
Mas por todos los astros, Reina mia,
Te juro, y por los Dioses celestiales,
Y por estas mansiones justicieras,
Que partí á mi pesar de tus riberas.

XCIV.

»La férrea voluntad del Cielo santo
Que á esta abismosa eternidad me envía,
Lo mismo allá, con invencible encanto
Me arrancó de tu lado y compañía.
Ni pensé nunca que á delirio tanto
Te pudiese arrastrar la ausencia mia.
¡Mas ten! ¡vuelve! ¿á quién huyes? ¡Ley severa
Permite vernos por la vez postrera!»

XCV.

Tal dice el héroe á la infelice amante,
Por si en su ánimo airado tierno cava
Ó amansa su mirada centellante;
Las razones el llanto entrecortaba.
Mas ella, vuelto el tétrico semblante,
Torvos los ojos en el suelo clava,
Y tanto muestra que la voz la toca
Cual si ya mármol fuese ó firme roca.