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VIRGILIO.
XLV.

»No; que se ensaña cada vez más crudo!
¿Término á tanto mal darás al cabo,
Grande y buen rey? Con invisible escudo,
Del Adria entrando por el golfo bravo,
Al riñon mismo de Liburnia pudo
Anténor penetrar, y del Timavo
Las cabezas venció; de argiva hueste
Salvado en ántes por favor celeste.

XLVI.

»Y en aquella region donde desata,
Los cerros atronando, mar rugiente
Por siete bocas su raudal de plata,
Y los campos inunda en su corriente,
Allí á Padua fundó: morada grata
En ella, y patrio nombre dió á su gente,
Y de Troya las armas; y tranquilo
Bajó á dormir en sepulcral asilo.

XLVII.

»¿Y á nosotros, tus hijos, á quien silla
Previenes celestial, se nos traiciona?
¿Y anegadas las naves, ¡oh mancilla!
Porque de álguien el odio lo ambiciona,
Tocar nos vedas la latina orilla?
¿Así nos vuelves la imperial corona?
¿O premio es éste de virtudes digno?»
Oyóla el Padre, y sonrió benigno;