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ENEIDA.
LXXVIII.

Tal Vénus dice; y vuélvese, y el cuello
Con el matiz le brilla de la rosa;
Y partiéndose en ondas, el cabello
Mana esencia de cielo deliciosa:
Cae la veste á los piés, sublime sello;
Y, andando, ser mostró de véras diosa.
El héroe, al descubrir su madre en ella,
Clamando sigue la fugace huella:

LXXIX.

«¿Y así burlado una vez más me dejas,
¡Oh madre mia! con falaz semblanza,
Tú tambien, tú cruel? ¿Y así te alejas
Sin que hablemos con dulce confianza
Ni estrechemos las manos?» Tal sus quejas
Al aire da, y á la ciudad se avanza;
Y ella, esparciendo opaca niebla en tanto,
Los ciñe en torno de nubloso manto.

LXXX.

Y así los cubre porque nadie pueda
Ni verlos ni ofenderlos en mal hora,
Ni curioso se cruce en la vereda
Con sus preguntas á tejer demora;
Y por los aires se remonta, y leda
Vuela al templo de Páfos, donde mora,
Do aras ciento en su honor mezclan olores
De arabio incienso ardiente y tiernas flores.