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ENEIDA.
XXIV.

«Los Griegos,» sigue, «no una vez la prora
»Volver pensaron, y soltar la clava,
»Del asedio cansados. En mal hora
»Tornábalos á puerto la onda brava
»Y el ala de los vientos bramadora.
»Mas esa estatua al ver, que en pié se alzaba,
»Con ira nueva y general tronido
»Resonó el cielo en llamas encendido.

XXV.

»Eurípilo, que hicimos acudiera
»Al apolíneo oráculo, tornando
»Trajo esta, en solucion, voz lastimera:
»Griegos: los vientos aplacasteis, cuando
»Marchabais á Ilíon la vez primera,
»En el ara una vírgen inmolando:
»Si en la vuelta anhelais propicia calma,
»Sangre verted, sacrificad un alma.

XXVI.

»La voz á oidos de las gentes vino
»Moviendo al corazon mortal recelo;
»Todos el rigor tiemblan del destino;
»Cuaja á todos la sangre torpe hielo.
»En tal crísis á Cálcas adivino
»Saca Ulíses con ímpetu y anhelo,
»Y de la hueste aquéjale en presencia
»A interpretar la funeral sentencia.