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manos de uno solo. Entonces solo un mérito ó virtud superior (ora por lo que hace á las artes, ora por lo tocante á la guerra, ora por derramar beneficios, ora por evitarles calamidades), una sola virtud de la clase de estas, que eran las que los hijos admiraban y veneraban en sus padres, bastó para hacer á uno Príncipe, ó llamarle Padre de su pueblo.

Hasta entonces cada Patriarca coronado por las manos de la naturaleza era el Rey, Sacerdote y Padre de su estado naciente. Sus subditos confiaban en él como en otra segunda Providencia. Su ojo era su única ley, y su lengua el único oráculo. Les enseñó a sacar su alimento de los surcos de la tierra, á dominar al fuego, y sujetar las aguas, á coger los monstruos marinos en lo profundo del mar y hacer caer á sus pies las águilas altaneras; mas llenándose al fin de achaques, y poniéndose caduco y moribundo, empezaron los pueblos a compadecer como hombre al que habian reverenciado como Dios. Subiendo asi de generacion en generacion buscaron otro mas grande, un primer Padre de todos, y le adoraron. Pero sea que la simple tradicion de que este universo ha tenido un principio, hiciese pasar de padres á hijos una fe no interrumpida, el