solapadamente á los planes de los insurgentes de las Provincias Unidas, estimó desde el primer momento de extraordinaria importancia el ganar la voluntad de aquella Potencia mediante el enlace matrimonial de una Infanta española con el heredero de la Corona de Eduardo el Confesor. Si la diferencia de religión entre los eventuales esposos fué ocasión de la ruptura de las negociaciones, no debe achacarse la frustración del propósito á torpezas del Conde Duque sino á irreductibles diferencias de sentimientos entre la nieta de Felipe II y el hijo del apóstata vastago de María Estuardo. Justo es reconocer que puso Olivares cuanto al alcance de su mano estuvo para el éxito de la empresa y que la futura víctima de Oliverio Cromwell encontró en la Corte de Madrid la cordial y espléndida acogida correspondiente á su regia estirpe.
Verdad es que, aun después de deshecha una boda sobre la cual se fundaban esperanzas tal vez ilusorias, cabía emplear otros