amaba y de cuyos destinos se preocupó constantemente, cual lo prueban auténticos episodios narrados con llaneza y amenidad de estilo inimitables en los Avisos de D. Jerónimo de Barrionuevo y Peralta.
Si el desvanecimiento del Conde Duque le vendó los ojos en los asuntos de Cataluña, impidió el mismo defecto que el Privado se arrancase la venda á tiempo de prever y evitar los tristes acontecimientos de Portugal. La separación definitiva de este Reino de la Monarquía formada por la unión de todos los Estados cristianos de la Península nacidos por las incidencias del combate ocho veces secular con las huestes agarenas, es con razón reputada por todos los historiadores españoles como la mayor desdicha del reinado de Felipe IV y como la mayor ignominia del Ministerio del Conde Duque. Si no hubiese sobrevenido tan lamentable suceso fuera, en efecto, muy otra la suerte de nuestra patria y ni la rapacidad británica ni la presuntuosa