de Vasa, la vida sueca había sido una perpetua batalla. Ni había propietario seguro de su propiedad, ni señor seguro de su fuero, ni familia segura de su hogar, ni pastor de almas seguro del rebaño que apacentaba. Las costumbres y las tradiciones se desarrollan lo mismo en estado de guerra que en estado de paz, pero no arraigan ni adquieren la veneración y el prestigio de las leyes sino cuando en más normales circunstancias despiertan merced á su influjo benéfico ó á sus tentadores halagos, la amorosa adhesión de los pueblos.
Los católicos suecos, pastores guerreros y labradores no menos belicosos, estaban ansiosos de paz y de sosiego. La figura de Vasa se presentó á sus ojos á través de un prisma deslumbrante. Con Vasa sacudieron el yugo danés, gracias á Vasa pudieron normalizar su vida y poco instruidos para distinguir la verdad que abandonaban del error que seguían, y de entendimiento poco ágil para improvisar un juicio propio y de condición poco díscola