continúan en un estado de atraso tan lamentable y palmario, que no han cesado todavía de seguir la moda de imitar cuanto bueno ó malo se hace en Francia, introducida en España por el testamento de Carlos II. Imitábamos entonces la Enciclopedia, jugábamos entonces al Jansenismo, reíamos á lo Voltaire y pensábamos á lo Juan Jacobo y menospreciando los usos, las costumbres y el genio peculiar de cada una de las regiones que formaban la Monarquía española, ahogábamos las energías de todas ellas en el hondísimo pozo de una centralización absorbente á la francesa.
Olvidábamos que la nacionalidad francesa se había formado por factores muy distintos de los que integraban la española, perdíamos de vista que la agregación de los dispersos y siempre tributarios aunque díscolos elementos del Feudalismo, era más apta para soportar una uniforme administración que no la unión de cuatro diversas Coronas, sin otro lazo que el ya remoto temor al Sarraceno ni