otro vínculo que el atado por los enlaces de los Príncipes. Con idéntica inconsciencia con que al soplo venido de Versalles nos apresuramos á demoler las patrias tradiciones, seguimos destruyéndolas sin tino después del 2 de Mayo, tal vez con una buena fe infantil conmovedora, pero también con una total ausencia del instinto de conservación.
Esta ciega imitación, siempre censurable por inoportuna, hubiera sido al menos disculpable si la prosperidad de la Nación á quien copiamos hubiese podido deslumbrarnos. Pero ni aun esta excusa merece la funesta manía imitadora de que me vengo lamentando. ¿Es por ventura envidiable el estado de un pueblo cuyos directores, en nombre de la libertad, pretenden arrancar á viva fuerza del corazón de los ciudadanos las santas creencias que aprendieron en la cuna y son el más glorioso timbre de su Historia?
¡Qué diferencia entre el desasosiego creciente de estos pueblos que apostatan de sus