tan vario como el propio juicio siempre más egoísta que la conducta inspirada por los sentimientos católicos.
Para corroborar esta aserción mía habréis de permitirme que os refiera un caso que tuve yo ocasión de presenciar cuando hace poco más de un año me hallaba en la capital de Holanda desempeñando una comisión diplomática. Residía en El Haya una ilustre familia calvinista á la que fui recomendado, compuesta de una madre y de dos hijas. La mayor de estas jóvenes padecía grave enfermedad crónica que requería cuidados permanentes. Causóme gran sorpresa que en aquella familia fervorosamente protestante estuviese confiada la asistencia de la enferma á religiosas católicas y no pude resistir á la tentación de preguntar á la respetable y afligida madre cuáles eran los motivos que la habían inducido á preferir los servicios de estas monjas á los de las enfermeras calvinistas.
Con noble y amarga sinceridad satisfizo mi