apenas existe español que no haya saboreado en aquellas de sus novelas que tienen por teatro á Villabermeja, la dente ciudad mitad árabe, mitad cristiana, que ni por sus feraces campiñas ni por los gloriosos hechos que consumaran los Ricoshomes que ostentaban la dignidad condal unida á su nombre histórico, hubiese jamás vivido vida tan lozana como la que supo prestarle la magia de la pluma del más preclaro de sus hijos.
Nació D. Juan Valera en época por demás turbulenta, cuando hacía poco que los partidarios del Rey absoluto habían vuelto á empuñar las riendas del Gobierno, y las luchas entre liberales y reaccionarios á menudo ensangrentaban el esquilmado suelo español; cuando ya en Francia resonaban los acentos de Víctor Hugo, inspirados en doble indisciplina política y retórica; cuando los desterrados ingenios españoles bebían ávidos por París en las fuentes del Romanticismo.
No es mi intención escribir la