no conozco vista más de lince que la suya para descubrir peregrinas aptitudes bajo los enmarañados tanteos del principiante, ni registra la historia literaria española del siglo XIX espíritu más evolutivo que el espíritu de D. Juan Valera. Educado en los tiempos de la lucha entre clásicos y románticos; familiarizado desde sus más verdes años con las bellezas del griego y del latín, identificado con el sentir y con el pensar de los grandes autores de Atenas y de Roma, enamorado de las disciplinas poéticas de toda Edad de Oro, capaz de estimar en su justo valor los primores del lenguaje de nuestros divinos ascéticos, las sutilezas de la Filosofía Escolástica y las argucias y quintaesencias de las especulaciones teológicas, sólo un espíritu tan alado, tan dúctil y tan independiente como el suyo, pudiera salvar cual él supo hacerlo, los escollos de la rigidez y de la pedantería.
Miembro desde muy joven de la Real Academia Española, halagado por el aplauso de