Yo contesté, dándole el vuelto:
—No es mi religión.
Foster Rodgers, se mordió los labios á su vez.
Pero aquí no sucedió como en Roma, porque un sacristán protestante, «muy liberal», vino á intimarme que me quitara el sombrero, intimación que no acepté; que fué repetida tres veces, hasta amenazarme con llamar al policeman, —lo cual, perfectamente entendido por mí, me sugirió este expediente de triunfador: giré sobre los talones, me salí del templo, con mi sombrero puesto, y lo esperé á Foster Rodgers en el atrio, hasta que se cansó de estar adentro con su San Pablo protestante, y salió...
Adelante.
No voy á describir ciudades, ni usos, ni costumbres, ni monumentos, ni á juzgar instituciones, —y mucho menos á referir aventuras. Dejo esto último para mis «Memorias», si es que algún día me resuelvo á publicarlas, lo que es probable. Si lo hago, allí se verán y se sabrán cosas raras. Entre ellas, ésta: cómo es que siendo uno jóven, puede viajar algún tiempo sin saber por qué mano anónima, le son salda